Todo comenzó en Curanilahue, a casi 700 km al sur de Santiago de Chile, en el invierno de 1997. Un grupo de jóvenes universitarios, guiados por el sacerdote jesuita Felipe Berríos, empezaron a reunirse con familias de la zona que vivían en situación de extrema pobreza, conscientes de la injusta realidad en la que vivían. Durante varios años, juntos fueron concretando obras cada vez más grandes y permanentes que aportaban a la compleja situación de las familias. Así fue como, lentamente, surgió lo que hoy es TECHO.
Al reconocer esta situación de emergencia constante, el modelo se llevó a El Salvador y Perú, y fue así como la organización emprendió su expansión bajo el nombre “Un Techo para mi País” hasta convertirse en el desafío institucional que hoy, más de 20 años después, se comparte en toda América Latina.